El chileno Víctor
Hugo Robles se presenta a sí mismo como periodista, apóstata y activista por la
liberación sexual.
Referente importante
del performance latinoamericano contemporáneo, sus apariciones
públicas han sido tildadas de insólitas por la prensa. En esta entrevista
problematiza la militancia gay por la igualdad. Un discurso que vale la pena
pensar en Colombia.
Víctor Hugo Robles
(Chile, 1969), periodista y militante por la liberación sexual, cuenta cómo
nació su personaje, "El Che de los Gays", de la siguiente manera:
"El cuerpo del Che Guevara estuvo mucho tiempo perdido en la selva
boliviana y lo descubrieron un 28 de junio de 1997, Día Internacional del
Orgullo Gay. En ese tiempo yo estudiaba Periodismo en Universidad ARCIS, en
Santiago de Chile, y la escuela estaba plagada con grafitis del Che. Mi idea
inicial, entonces, fue intervenir esos grafitis: le pinté de rojo los labios al
Che, pero nadie dijo nada. Me dio un poco de rabia porque quería provocar
alguna reacción. Ante esa indiferencia decidí que yo mismo iba a transformarme
en el Che. Y eso ocurrió el 4 de septiembre de 1997, cuando participé en una
actividad en contra de la censura en Chile, a la que decidí ir con mi boina y
mi estrellita".
Camino al evento,
Robles se topó con una botella de agua vacía. En ella escribió "AZT"
(el primer medicamento aprobado en contra del SIDA) y en un acto de provocación
-él dice que quería "provocar al provocador"- terminó arrojándole
agua a la actriz chilena Paty Rivadeneira, sin saber que terminarían
expulsándolo del lugar.
"Mientras me
expulsaban", recuerda Robles, "yo gritaba lúdicamente: '¡Esto es
censura, esto es censura!'. Ese día nació 'El Che de los Gays' y, si lo pienso
ahora, me parece poético porque lo del agua fue como un bautismo. Mi personaje
nació polémico y después de eso seguí haciendo actos mucho más controversiales,
como irrumpir en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de
Santiago gritando '¡Juicio a Pinochet!' o desnudarme en un acto de la Central
Unitaria de Trabajadores en el Día Internacional del Trabajo, en 1998".
También se ha
dicho que es pretencioso y vanidoso, y él asegura que sí, que lo es: que hay
que ser pretencioso y vanidoso para querer ser el Che hoy en día.
Comentaba que, si
el Che Guevara estuviera vivo, lo buscaría para pedirle apoyo en su lucha por
la diferencia sexual, convencido de que lo ayudaría. ¿Está seguro? ¿Y qué le
pediría exactamente?
Le diría al Che
que mi trabajo cultural busca cruzar las luchas políticas del ayer con las
utopías de liberación sexual de hoy. "Tenemos que ser como el Che",
dijo Fidel. Yo estoy haciendo eso desde la diversidad sexual; por eso digo que
si el Che viviera, sería homosexual, lesbiana o
transexual.
Siento que, si
bien Víctor Hugo Robles creó a "El Che de los Gays", el propio cuerpo
del Che, liberado de su cautiverio terrenal el mismísimo Día Internacional del
Orgullo Gay, buscó un cuerpo homosexual latinoamericano para continuar su lucha
internacionalista y libertaria. El Che me buscó a mí y yo lo busqué a él. Así
nació "El Che de los Gays".
Usted ha hecho
énfasis en que su lucha es por la liberación sexual y no por la igualdad...
Yo formé parte del
Movimiento de Liberación Homosexual de Chile en los años 90. El Movilh recogía
la herencia de movimientos políticos que estaban en contra de la dictadura
militar y también del feminismo de la diferencia, siendo nuestro lema
principal: "Por el derecho a la diferencia". Transcurrido más de 20
años de esa pulsión político-cultural, surgieron en Chile organizaciones como
la Fundación Iguales, que reivindican la "igualdad", no especificando
que se trata sólo de igualdad legal en derechos. Yo creo
que ellos han ayudado a visibilizar más el tema homosexual en otras esferas
sociales porque por mucho tiempo estuvo estancada la temática debido a las
disputas por la hegemonía entre las agrupaciones homosexuales, lésbicas y
trans. Lo que vino a hacer Iguales fue romper un poco el status quo. Yo
valoro que haya visibilización, que se sume más gente. Sin embargo, existen
diferencias políticas con sus prácticas igualitarias e higienizantes. Del mismo
modo y más allá de las diferencias, un activista político homosexual como yo no
puede decir: "Bueno, aquí estamos nosotros no más y que no se sume
nadie". La verdad es que aquí deben ser bienvenidas todas las locas,
incluso las locas de derecha, las locas fachas, porque también tienen derecho a
ser homosexuales, y de hecho lo son. Pero debieran pensarse, repensarse,
cuestionar su rol de derecha, de cómo se puede ser homosexual de derecha, con
un gobierno de derecha, con una derecha que nos castiga, que nos lapida. Del
mismo modo, es interesante que los homosexuales de izquierda presionemos a los
movimientos de izquierda a fortalecer mucho más nuestra lucha por la diversidad
sexual.
Una contradicción
en la vida política y cultural, sí. Ellos debieran ser más coherentes con sus
propios principios e ideales políticos. En el mundo, es la derecha la que
detiene los avances en derechos y conquistas del movimiento de la diversidad
sexual. Creo que la izquierda ha hecho su proceso de autocrítica. Queda mucho
por avanzar, pero en Chile el movimiento gay ha sido histórico aliado de los
grupos de izquierda, feministas y democráticos. La derecha en el mundo tiene
que ponerse al día en el ejercicio de los derechos a las libertades sexuales.
¿Por qué cree que
la lucha por la liberación sexual no ha terminado de cuajar?
La lucha por la
liberación sexual es amplia y compleja. Son múltiples las demandas y diversas
las estrategias. Observo que, en el Chile de hoy, las demandas de legalidad de
derechos a la diversidad sexual -particularmente gay- monopolizan la agenda
política, neutralizando otras luchas más disidentes y libertarias, entre ellas
el derecho al aborto. No se trata de luchar sólo por nuestros derechos,
olvidando que existen otras luchas. En Chile, por ejemplo, falta una identidad
de clase en el movimiento de la diversidad sexual, una identidad política, de
clase, de género. No sólo se debe buscar la reivindicación de una
transformación legal sino transformaciones sistémicas, buscando que el
movimiento LGTB sea un movimiento amplio, diverso; un colectivo que debe
integrarse al movimiento social popular. Por eso, cuando los historiadores y
analistas hablan del movimiento social, no ven a los homosexuales, lesbianas y
trans como parte del movimiento social. Sí ven a los pobladores, a los
mapuches, a los sin casa, a los jóvenes, a los estudiantes, pero no a los gays,
lesbianas y trans. No existimos, pero no sólo por la miopía de los historiadores
sino también porque nosotros no hemos sido capaces de hacernos visibles,
solidarizando y entrecruzando nuestros deseos con esas demandas más amplias del
movimiento social que también son nuestras luchas. No existe revolución social
sin revolución sexual.
Deja muy claro
cuando habla que usted es activista y no artista. ¿Cree, sin embargo, en un
arte militante?
El arte y el
activismo no se excluyen, existiendo incluso arte activista y arte militante.
Yo no me considero artista porque mi pretensión no es estética ni artística
sino política e ideológica. Yo diría que mis acciones, actuaciones y performances populares, callejeras, son intervenciones políticas que usan
ciertos soportes estéticos para traficar mensajes ideológicos.
¿Qué puede lograr
el performance que no puede lograr ninguna
otra forma de arte?
Yo entiendo el performance como acción directa y callejera
de carácter político. Muchas veces el arte, por su carácter consagratorio,
posee legitimidad en su actuar cultural, mientras el performance actúa a contrapelo de la
autoridad político-cultural.
Homosexual, gay,
loca... ¿Cómo le gusta nombrarse? ¿Cuál cree que es el límite entre
reapropiarse de una palabra -digamos, "loca"- y perpetuar el insulto
desde adentro?
El ensayista
español Michel Pollak dice que las "locas" seríamos "una
expresión, tanto de una especie de juego de escondite social, como de la ironía
que muchos homosexuales cultivan en su forma de presentarse". Yo diría
que, más que un ocultamiento, las locas somos una metáfora delirante y
desafiante. De algún modo, las locas estamos en extinción, como los
dinosaurios. En Chile, nadie quiere ser loca. La loca es menospreciada, mal
mirada, muy pocos saben qué es ser una loca. Es una metáfora que desafía a la
masculinidad homosexual oficial. En ese contexto, en Chile se está instalando
una hegemonía gay que busca normalizar, higienizar e integrar a los gays como
un sujeto igual, igualizado, pero no como un diferente. Es lo que decía de
Iguales: es una fundación de homosexuales de clase alta y gays de derecha, con
quienes he tenido diferencias políticas, estéticas y culturales porque, de
algún modo, retroceden en la instalación del discurso libertario que venía
desarrollando el movimiento homosexual desde la recuperación de la democracia.
En Colombia es muy
común oír, entre gays, que alguien es "serio" cuando "no tiene
plumas". Es evidente, pues, el culto al "macho", al
"activo", al penetrador. ¿Le parece que eso es un indicativo, ya no
digamos de machismo, sino de una misoginia normalizada entre los gays?
Sí, es un
indicador de modelos normativos de sexualidad impuesta en nuestra comunidad. La
sexualidad es múltiple, fantasiosa y, muchas veces, la vida y la sexualidad
entran en contradicción con esos roles de "presentación social". Los
más "activos" o "pasivos" se transforman en exquisitos
otros sexuales en parques, saunas y moteles. La sexualidad es un devenir, un
poder ser. La poeta chilena Carmen Berenguer dice que existen sexualidades que
desconocemos, sexualidades "por venir".
Y a pesar de esta
reproducción de modelos normativos de sexualidad, ¿lo homonormativo no es, de
por sí, un cuestionamiento a lo heteronormativo?
Lo homonormativo
es entender y practicar la homosexualidad como norma, como ley, no como
ejercicio de liberación emancipado. Yo apuesto por romper con las normas,
incluso las homosexuales. Debemos luchar por abolir las normas, los límites
impuestos por restricciones a las sexualidades.
Hablemos de la
apostasía. ¿Cómo fue cambiando su relación con la religión?
Soy el primer
apostata judicializado en la historia de Chile. No soy, sin embargo, el primero
que pidió la apostasía; eso lo hicieron las compañeras feministas. Recuerdo
que, cuando estuve en Barcelona, supe de esa experiencia, que se ha replicado
en muchos países, como en Argentina, después del matrimonio igualitario. Yo
tuve una experiencia de niño y de joven muy rica con la Iglesia, de bastante complicidad
y cariño. Participé de la confirmación y todos los sacramentos, menos del
matrimonio y la extremaunción, hasta ahora. Pero ésa era otra Iglesia. Una
Iglesia anti-pinochetista, de una Iglesia de los pobres, de la población. Pero
después, cuando me asumí como homosexual y empecé con una lucha disidente y de
derechos, y comencé a conocer a esta Iglesia castigadora y homofóbica, y cuando
aparecieron todos los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, me di cuenta de
que no era ésa la Iglesia que conocí. Y mientras ocurría todo esto, la misma
Iglesia le pasó la cuenta a la sociedad chilena por su rol durante la
dictadura, diciendo que es prestigiosa por su papel en la defensa de los
derechos humanos, como si eso le permitiera cometer todas las barbaridades que
ha cometido. Ahí sentí que había que hacer un gesto político. Soy apóstata
porque me gusta y me da la gana.
Yo creo que las
nuevas generaciones de homosexuales, lesbianas y trans que hemos salido del
clóset y de la invisibilidad para manifestar nuestras demandas, descontentos y
propuestas de sociedad, somos un particular aporte a la vida política, cultural,
social de nuestros país y del mundo. Tenemos el privilegio de decir lo que
sentimos y de tomar la vida como propia más allá de la discriminación y el
estigma, desafiando los comentarios irónicos y el desaire que en algunos casos
extremos llega al crimen.
¿Piensa que la
otredad sexual sigue siendo otredad? ¿Dejó o dejará de serlo?
El otro, las otras
existimos. Al reconocer la existencia de un otro, la propia persona asume
identidades. La otredad no implica, de todos modos, que el otro deba ser
discriminado o estigmatizado. Por el contrario, las diferencias que se
advierten al calificar al prójimo como un otro deben constituir una riqueza, un
aporte a la construcción de la sociedad. En Rebelión en la granja, de Orwell, se señala
magistralmente que "todos los animales son iguales, pero algunos
animales son más iguales que otros". Es decir, somos diferentes, y la
posibilidad de ser otro, otra, siempre estará presente y debe ser bienvenida.
Texto original: Eltiempo.com
Edición: Opinión LGBT Colombia.
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