2/28/2013

BENEDICTO XVI, un adiós manchado por complicidad con la pederastia.


Benedicto XVI culmina su pontificado entre los aplausos de quienes lo despiden como un santo y la rabia de quienes lo señalan como uno de los mayores encubridores de sacerdotes pederastas.
La Plaza de San Pedro copada una vez más por miles de feligreses católicos venidos de todos los rincones del planeta.
No es un día cualquiera; la Iglesia despide al primer Pontífice dimitido de los últimos siglos. A miles de kilómetros, al otro lado del planeta, en México, otros creyentes siguen la ceremonia.
 Sólo que en su caso, las lagrimas nos son de admiración sino de dolor y rabia. Son los niños, ahora convertidos en hombres y mujeres, víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes.
Yo, tu, él, ella fuimos violador por….. Se llaman Alberto, Jesús, Julia o Eduardo, no se conocen pero comparten una misma triste historia. Fueron violados cuando eran niños por clérigos.
Tardaron años en atreverse a decirlo y denunciarlo y muchos tuvieron que llegar hasta el fondo de una depresión o de una adicción, para hacerlo. Historias como la de Joaquín Aguilar quien en 1994 fue abusado sexualmente cuando tenía 14 años. Su agresor, un reconocido pederasta mexicano, el sacerdote Nicolás Aguilar, es acusado de la violación de por lo menos 60 menores más.
Jesús Romero vivió la misma experiencia traumática a los 11 años. Su madre denunció al cura Carlos López Valdez ante las autoridades eclesiásticas y éstas en lugar de tomar en serio su denuncia, intentaron darle dinero a cambio de silencio.


A Eduardo Pavón las agresiones se repitieron de niño y adolescente y durante 15 años “su vida estuvo destrozada”. En el caso de Julia Klug, el agresor no era mexicano. Esta guatemalteca fue violada por un sacerdote en su país cuanto tenía 8 años.
Unos años después emigró a México en donde se confrontó con la dolorosa realidad de que ella no era un caso aislado sino que como ella, miles de niños eran víctimas de abusos por parte de representantes de la Iglesia.

MARCEL Y RIVERA, FIGURAS TENEBROSAS.

Hay dos nombres que se repiten insistentemente en los relatos de todas estas personas: Al escuchar los relatos de todas estas personas sale a relucir repetidamente el nombre de dos vicarios de Cristo: Marcial Maciel, fundador de la congregación de Los Legionarios de Cristo y Nicolás Aguilar Rivera, sacerdote de la parroquia de San Antonio de las Huertas, en la Ciudad de México.

La vida y “obra” de Maciel han sido ampliamente documentadas por Alberto Atie un ex sacerdote de la arquidiócesis de la Ciudad México y escritor, junto con una víctima, del libro La voluntad de no Saber. A Maciel se le imputan decenas de abusos sexuales que datan desde los años 40. Por estas denuncias, Atie fue retirado de la iglesia, despojado de todos sus cargos dentro de la institución y se vio obligado a emigrar a Estados Unidos donde se encontró con la espantosa realidad de cerca de 3 mil niños violados por sacerdotes estadounidenses.

A Nicolás Aguilar Rivera se le achacan más de 100 abusos sexuales a menores. En 1994 el sacerdote, llevaba al menos 86 víctimas, 60 reconocidos por autoridades católicas de Puebla en 1997, y 26 más que reportó el Departamento de Policía de Los Ángeles, California, nueve años antes, en 1988.

Al padre Nicolás se le abrieron dos procesos penales pero nunca ha pisado la cárcel y sus víctimas aseguran que sigue oficiando misas itinerantes a pesar de haber sido apartado de la Iglesia.

SIGILO CLERICAL PERVERSO.


La historia de silencio, complicidad y amparo a clérigos pederastas al interior de las filas de la Santa madre Iglesia, es la negra herencia que deja Benedicto XVI. Una herencia que pudo ser uno de los principales motivos de su intempestiva renuncia.

Para Alberto Atie, el perverso silencio del Vaticano frente a estos casos específicos, se resume en dos palabras: mucho dinero. “La explicación está en los papeles que documentan cómo el padre Maciel se fue ganando la confianza y la protección de cardenales dentro del Vaticano, a los cuales les hacía llegar carísimos regalos económicos”. Pero no solo a los altos jerarcas de la Iglesia logró seducir este párroco mexicano. Según Atie “a Juan Pablo II, Maciel le organizó viajes y le consiguió elevadísimos recursos económicos para la lucha en Polonia del entonces Papa, apoyando al sindicato de Solidaridad”.

Esta alianza Maciel – Juan Pablo II se hizo más que evidente para Alberto Atie cuando el entonces Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, Cardenal Joseph Ratzinger, envió una carta a las autoridades eclesiásticas mexicanas en donde, palabras más o menos, decía: “Lo lamento mucho monseñor, el caso del padre Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida por el Santo Padre y él es una persona que le ha hecho muy bien a la Iglesia Católica”. Para Alberto Atie esta primacía de la protección de las autoridades por encima del daño hecho a las víctimas y del silencio absoluto contemplado en el Derecho Canónico genera un mecanismo institucional perverso. Mecanismo que según estudios del Obispo Geoffrey Robinson, auxiliar emérito de Sydney, Australia, se convierte en un verdadero crimen contra la humanidad. Un silencio clerical total que convierte las actuaciones de Benedicto XVI en “acciones de un soberano que actúa dentro de su ámbito, sin tomar en cuenta que debe estar sujeto como cualquier otro Jefe de Estado, al derecho internacional humanitario”.

Y con esta enorme deuda papal, el mundo católico se apresta a elegir a su nuevo jerarca. Un castigo que ya no puede dejarse a la justicia divina. Es hora de que la justicia de los hombres actúe, porque los representantes de Dios en la tierra pueden llegara a ser tan criminales como cualquiera.

Texto: redacción @LGBTopina
Fotos y audio: Radio Netherlands








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