Benedicto
XVI culmina su pontificado entre los aplausos de quienes lo despiden como un
santo y la rabia de quienes lo señalan como uno de los mayores encubridores de
sacerdotes pederastas.
La Plaza de San Pedro
copada una vez más por miles de feligreses católicos venidos de todos los
rincones del planeta.
No es un día cualquiera; la Iglesia despide al primer Pontífice
dimitido de los últimos siglos. A miles de kilómetros, al otro lado del planeta,
en México, otros creyentes siguen la ceremonia.
Sólo que en su caso, las
lagrimas nos son de admiración sino de dolor y rabia. Son los niños, ahora
convertidos en hombres y mujeres, víctimas de abusos sexuales por parte de
sacerdotes.
Yo, tu, él, ella fuimos
violador por….. Se llaman Alberto, Jesús, Julia o Eduardo, no se conocen pero
comparten una misma triste historia. Fueron violados cuando eran niños por
clérigos.
Tardaron años en atreverse a decirlo y denunciarlo y muchos
tuvieron que llegar hasta el fondo de una depresión o de una adicción, para
hacerlo. Historias como la de Joaquín Aguilar quien en 1994 fue abusado
sexualmente cuando tenía 14 años. Su agresor, un reconocido pederasta mexicano,
el sacerdote Nicolás Aguilar, es acusado de la violación de por lo menos 60
menores más.
Jesús
Romero vivió la misma experiencia traumática a los 11 años. Su madre denunció
al cura Carlos López Valdez ante las autoridades eclesiásticas y éstas en lugar
de tomar en serio su denuncia, intentaron darle dinero a cambio de silencio.
A Eduardo Pavón las
agresiones se repitieron de niño y adolescente y durante 15 años “su vida
estuvo destrozada”. En el caso de Julia Klug, el agresor no era mexicano. Esta
guatemalteca fue violada por un sacerdote en su país cuanto tenía 8 años.
Unos años después
emigró a México en donde se confrontó con la dolorosa realidad de que ella no
era un caso aislado sino que como ella, miles de niños eran víctimas de abusos
por parte de representantes de la Iglesia.
MARCEL Y RIVERA,
FIGURAS TENEBROSAS.
Hay dos nombres que se repiten insistentemente en los relatos de todas estas
personas: Al escuchar los relatos de todas estas personas sale a relucir
repetidamente el nombre de dos vicarios de Cristo: Marcial Maciel, fundador de
la congregación de Los Legionarios de Cristo y Nicolás Aguilar Rivera,
sacerdote de la parroquia de San Antonio de las Huertas, en la Ciudad de
México.
La vida y “obra” de
Maciel han sido ampliamente documentadas por Alberto Atie un ex sacerdote de la
arquidiócesis de la Ciudad México y escritor, junto con una víctima, del libro
La voluntad de no Saber. A Maciel se le imputan decenas de abusos sexuales que
datan desde los años 40. Por estas denuncias, Atie fue retirado de la iglesia,
despojado de todos sus cargos dentro de la institución y se vio obligado a
emigrar a Estados Unidos donde se encontró con la espantosa realidad de cerca
de 3 mil niños violados por sacerdotes estadounidenses.
A Nicolás Aguilar
Rivera se le achacan más de 100 abusos sexuales a menores. En 1994 el
sacerdote, llevaba al menos 86 víctimas, 60 reconocidos por autoridades
católicas de Puebla en 1997, y 26 más que reportó el Departamento de Policía de
Los Ángeles, California, nueve años antes, en 1988.
Al padre Nicolás se
le abrieron dos procesos penales pero nunca ha pisado la cárcel y sus víctimas
aseguran que sigue oficiando misas itinerantes a pesar de haber sido apartado
de la Iglesia.
SIGILO CLERICAL
PERVERSO.
La historia de silencio, complicidad y amparo a clérigos pederastas al interior
de las filas de la Santa madre Iglesia, es la negra herencia que deja Benedicto
XVI. Una herencia que pudo ser uno de los principales motivos de su
intempestiva renuncia.
Para Alberto Atie, el
perverso silencio del Vaticano frente a estos casos específicos, se resume en
dos palabras: mucho dinero. “La explicación está en los papeles que documentan
cómo el padre Maciel se fue ganando la confianza y la protección de cardenales
dentro del Vaticano, a los cuales les hacía llegar carísimos regalos
económicos”. Pero no solo a los altos jerarcas de la Iglesia logró seducir este
párroco mexicano. Según Atie “a Juan Pablo II, Maciel le organizó viajes y le
consiguió elevadísimos recursos económicos para la lucha en Polonia del
entonces Papa, apoyando al sindicato de Solidaridad”.
Esta alianza Maciel –
Juan Pablo II se hizo más que evidente para Alberto Atie cuando el entonces
Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, Cardenal Joseph
Ratzinger, envió una carta a las autoridades eclesiásticas mexicanas en donde,
palabras más o menos, decía: “Lo lamento mucho monseñor, el caso del padre
Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida por el Santo Padre y
él es una persona que le ha hecho muy bien a la Iglesia Católica”. Para Alberto
Atie esta primacía de la protección de las autoridades por encima del daño
hecho a las víctimas y del silencio absoluto contemplado en el Derecho Canónico
genera un mecanismo institucional perverso. Mecanismo que según estudios del
Obispo Geoffrey Robinson, auxiliar emérito de Sydney, Australia, se convierte
en un verdadero crimen contra la humanidad. Un silencio clerical total que
convierte las actuaciones de Benedicto XVI en “acciones de un soberano que
actúa dentro de su ámbito, sin tomar en cuenta que debe estar sujeto como
cualquier otro Jefe de Estado, al derecho internacional humanitario”.
Y con esta enorme
deuda papal, el mundo católico se apresta a elegir a su nuevo jerarca. Un
castigo que ya no puede dejarse a la justicia divina. Es hora de que la
justicia de los hombres actúe, porque los representantes de Dios en la
tierra pueden llegara a ser tan criminales como cualquiera.
Texto: redacción @LGBTopina
Fotos y audio: Radio Netherlands
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